lunes, 29 de diciembre de 2014

ENTRE LA FRUSTRACIÓN Y LA FE

Carolina Alvarez Elizarraras

RAYUELA:
Da la impresión de que en este
país ser joven, atrevido y contestatario
es delito. Y peor si son normalistas.[1]


Comienzo a escribir, la tarea de cada quincena, esta vez, las palabras no encuentran forma, me detengo para acomodar ideas, el sentir se percibe como un eco que está merodeando desde días atrás, definitivamente la tristeza y frustración están presentes. Uno no puede permitirse no sentirlo, la violencia se encuentra en cada recoveco de nuestro país, infiltrada, cizañosa, encarecida y ponderada en todos los niveles de gobierno. Guerrero es solo la punta del iceberg, la muestra de la poca institucionalidad gobernante en el país, pero sincerémonos, no es de ahora el mal que nos aqueja, tan solo es el resultado de lo sembrado con años.

La lista de actos de lesa humanidad es grande, en un país que se presume como democrático y lejos de “dictaduras” que al parecer imperan en países sudamericanos, sin embargo la reacción en el gobierno y de la misma sociedad antes estos actos violentos en contra de la población, su respuesta ha sido la indiferencia. Bien comenta Edgardo Buscaglia, presidente del Instituto de Acción Ciudadana por la Justicia y la Denuncia, “en México hay una democracia simulada, no hay reacción institucional ante los hechos históricos que han pasado y más ahora con lo sucedido en Iguala, Gro., se supone un país con donde ha habido alternancia y sin embargo la pasividad institucional sigue vigente, veamos el caso de Argentina, tienen a un ex vicepresidente en proceso judicial por actos como éstos”[2]

¿Y en México señores? ¿Qué sucede con nuestro querido país?. Conmemoramos matanza tras matanza, presidente tras presidente anuncia que se encontraran a los culpables y se tomaran medidas al respecto, sexenio tras sexenio lo único que sigue vigente es el dolor en las caras de los familiares, en las madres de familia, en aquellos que claman por justicia, la tan anhelada justicia que se busca sin encontrarla, la que camina en medio de la simulación gubernamental y paralela a la apatía social. Me genera ruido observar que puede haber mucho de cierto en que el gobierno en turno se está metiendo con la generación equivocada, ojalá fuera un hecho concreto, sin embargo aún con todo el despliegue mediático tanto en redes sociales como a nivel internacional, aún con tanta protesta por todo el país, aun con las evidencias que encuentran luz día a día y comprometen cada vez a los actores políticos, aun con todo esto, los normalistas de Ayotzinapa siguen sin aparecer. Se descubren fosas clandestinas y en cada anuncio que hace la PGR no puedo dejar de imaginarme la incertidumbre en cada una de las mamás que no saben nada de sus hijos, considero que albergan (como muchos de nosotros) la esperanza de poder recuperarlos de vivir este episodio como un mal sueño y no como la pesadilla real en la que se está convirtiendo.

Lo tengo que admitir, sigo escribiendo estas líneas y ese sentir inicial se hace más intenso, me mueve ver tanta injusticia a nuestro alrededor, me mueve ver tanta indolencia presente en un gran porcentaje de la población, en aquella que vive enajenada por ideologías a mi parecer emocionalmente arcaicas. No fuera la violencia en otro país (curiosamente con gobiernos de izquierda) porque nos inundarían en Twitter con hashtags y fotos tan triviales como #Pray4venezula o  #PeaceinVenezuela, y ante lo sucedido con los normalistas: guardan silencio, claro no tienen consigna para hacerlo, más bien vemos apoyo moral desde otras naciones, aquí la apatía camina de la mano de la ignorancia emocional y el egoísmo político. De la incongruencia moral y la injusticia permeable.

Hablar de las normales rurales es evidenciar un sector de la sociedad de la que pocos quieren conocer, para muchos los normalistas son “revoltosos” y “delincuentes”, para muchos son un estigma del magisterio, para otros sin embargo, son los hijos de campesinos que tienen la ocasión de superación y trasladar ideas de justicia y oportunidad social por la vía educativa, y hoy más que nunca son aquellos desaparecidos, hijos, hermanos, nietos… de una familia que se debate entre el umbral de dolor y la desesperación así como la esperanza y la fe. No en un sistema gubernamental, ni político, la fe en la hermandad y la misericordia de poder encontrarlos, volver a tenerlos en sus aulas y ¿por qué no? en las movilizaciones.

Cuando la inspiración llegó para hacer este artículo, me pasa lo que continuamente, comienza a florecer una idea y se convierte en algo tan intrínseco como espontaneo, hoy solo puedo pensar en toda la baraúnda de sucesos en nuestra nación, tan golpeada en cada rincón y tan dolida desde su núcleo. Esta vez no quiero centrarme en los comentarios sobre lo sucedido, el desmentir que no fueron dos sino tres ataques los que sufrieron los estudiantes, no quiero atorarme en evidenciar la negligencia del gobernador de Guerrero o lo infiltrado del narco en los  partidos con su conveniente participación y conocimiento; porque si lo hiciera, muy probablemente lo único que lograría es aumentar esa apatía psicopolitica que nos tiene precisamente en estas pésimas condiciones. Esta vez, trato de moverme de nuevo al equilibrio, y para lograrlo me apoyo en un reportaje de  PROCESO[3], “El dormitorio más triste y solo de Ayotzinapa” [4]:
“Un estudiante se mudó por unos días a su sección para acompañarlo y a veces lo regañaba con un ‘no te agüites, cabrón, van a aparecer, piensa positivo’. Un día de plano se pusieron a orar… Esa rutina de esperarlos en la puerta, de no entrar hasta que lleguen todos; esa promesa del ‘si salimos todos volvemos todos’ es lo que hace que Bernardo[5] cada tanto reacomode las pertenencias de sus amigos, barra el piso y cultive la esperanza del reencuentro hasta llegar la noche, cuando regresa al cuarto más solo y triste de Ayotzinapa, y tiende su cobija roja, y duerme siempre en vela para darles la bienvenida al momento que reaparezcan.”

Quien diga que en las normales rurales donde se forman los maestros más pobres de México viven entre lujos debería asomarse a este cuarto con el rotulo número 4; sección G, como le dicen ellos. Encontrará que la puerta no sella, el aire se mete siempre por el techo. Los muebles son tres cajas clavadas en las paredes a manera de casillero: un huacal de madera, las otras dos de plástico, las paredes están acicaladas de pintura blanca que la humedad carcome. No hay adornos. No dio tiempo de colocar ninguno. Sólo queda un letrero a lápiz que alguien dejó en el que se lee: 2 de Octubre. (Los normalistas desaparecidos habían asistido a Iguala a botear para recabar dinero y poder asistir a la marcha en el DF por la conmemoración de la Matanza de Tlatelolco…)

Rayuela: Dice Videgaray que el drama de los normalistas puede afectar la inversión. ¡Hombre! ¿Y qué tal a los padres, hermanos y amigos?[6]
No hay saludos esta quincena, hay un grito por exigir ¡JUSTICIA!



[1] Rayuela de La Jornada
[2] En entrevista con Carmen Aristegui para MVS Noticias
[3] www.proceso.com.mx
[4][4] 14 de Octubre del 2014, escrito por Marcela Turati para Proceso en línea.
[5] Alumno de la normal rural que no acudió a la movilización de boteo a Iguala por quedarse a limpiar instrumentos como integrante del Club de Banda de Guerra.
[6] Rayuela de La Jornada

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