Carolina
Alvarez Elizarraras
RAYUELA:
Da la impresión de que en este
país ser joven, atrevido y contestatario
es delito. Y peor si son normalistas.[1]
Comienzo
a escribir, la tarea de cada quincena, esta vez, las palabras no encuentran
forma, me detengo para acomodar ideas, el sentir se percibe como un eco que
está merodeando desde días atrás, definitivamente la tristeza y frustración
están presentes. Uno no puede permitirse no sentirlo, la violencia se encuentra
en cada recoveco de nuestro país, infiltrada, cizañosa, encarecida y ponderada
en todos los niveles de gobierno. Guerrero es solo la punta del iceberg, la
muestra de la poca institucionalidad gobernante en el país, pero sincerémonos,
no es de ahora el mal que nos aqueja, tan solo es el resultado de lo sembrado
con años.
La
lista de actos de lesa humanidad es grande, en un país que se presume como
democrático y lejos de “dictaduras” que al parecer imperan en países
sudamericanos, sin embargo la reacción en el gobierno y de la misma sociedad
antes estos actos violentos en contra de la población, su respuesta ha sido la
indiferencia. Bien comenta Edgardo Buscaglia, presidente del Instituto de
Acción Ciudadana por la Justicia y la Denuncia, “en México hay una democracia simulada,
no hay reacción institucional ante los hechos históricos que han pasado y más
ahora con lo sucedido en Iguala, Gro., se supone un país con donde ha habido
alternancia y sin embargo la pasividad institucional sigue vigente, veamos el
caso de Argentina, tienen a un ex vicepresidente en proceso judicial por actos
como éstos”[2]
¿Y
en México señores? ¿Qué sucede con nuestro querido país?. Conmemoramos matanza
tras matanza, presidente tras presidente anuncia que se encontraran a los
culpables y se tomaran medidas al respecto, sexenio tras sexenio lo único que
sigue vigente es el dolor en las caras de los familiares, en las madres de
familia, en aquellos que claman por justicia, la tan anhelada justicia que se
busca sin encontrarla, la que camina en medio de la simulación gubernamental y
paralela a la apatía social. Me genera ruido observar que puede haber mucho de
cierto en que el gobierno en turno se está metiendo con la generación
equivocada, ojalá fuera un hecho concreto, sin embargo aún con todo el despliegue
mediático tanto en redes sociales como a nivel internacional, aún con tanta
protesta por todo el país, aun con las evidencias que encuentran luz día a día
y comprometen cada vez a los actores políticos, aun con todo esto, los
normalistas de Ayotzinapa siguen sin aparecer. Se descubren fosas clandestinas
y en cada anuncio que hace la PGR no puedo dejar de imaginarme la incertidumbre
en cada una de las mamás que no saben nada de sus hijos, considero que albergan
(como muchos de nosotros) la esperanza de poder recuperarlos de vivir este
episodio como un mal sueño y no como la pesadilla real en la que se está
convirtiendo.
Lo
tengo que admitir, sigo escribiendo estas líneas y ese sentir inicial se hace
más intenso, me mueve ver tanta injusticia a nuestro alrededor, me mueve ver
tanta indolencia presente en un gran porcentaje de la población, en aquella que
vive enajenada por ideologías a mi parecer emocionalmente arcaicas. No fuera la
violencia en otro país (curiosamente con gobiernos de izquierda) porque nos inundarían
en Twitter con hashtags y fotos tan triviales como #Pray4venezula o #PeaceinVenezuela, y ante lo sucedido con los
normalistas: guardan silencio, claro no tienen consigna para hacerlo, más bien
vemos apoyo moral desde otras naciones, aquí la apatía camina de la mano de la
ignorancia emocional y el egoísmo político. De la incongruencia moral y la
injusticia permeable.
Hablar
de las normales rurales es evidenciar un sector de la sociedad de la que pocos
quieren conocer, para muchos los normalistas son “revoltosos” y “delincuentes”,
para muchos son un estigma del magisterio, para otros sin embargo, son los
hijos de campesinos que tienen la ocasión de superación y trasladar ideas de
justicia y oportunidad social por la vía educativa, y hoy más que nunca son
aquellos desaparecidos, hijos, hermanos, nietos… de una familia que se debate
entre el umbral de dolor y la desesperación así como la esperanza y la fe. No
en un sistema gubernamental, ni político, la fe en la hermandad y la
misericordia de poder encontrarlos, volver a tenerlos en sus aulas y ¿por qué
no? en las movilizaciones.
Cuando
la inspiración llegó para hacer este artículo, me pasa lo que continuamente,
comienza a florecer una idea y se convierte en algo tan intrínseco como
espontaneo, hoy solo puedo pensar en toda la baraúnda de sucesos en nuestra
nación, tan golpeada en cada rincón y tan dolida desde su núcleo. Esta vez no
quiero centrarme en los comentarios sobre lo sucedido, el desmentir que no
fueron dos sino tres ataques los que sufrieron los estudiantes, no quiero
atorarme en evidenciar la negligencia del gobernador de Guerrero o lo
infiltrado del narco en los partidos con
su conveniente participación y conocimiento; porque si lo hiciera, muy
probablemente lo único que lograría es aumentar esa apatía psicopolitica que
nos tiene precisamente en estas pésimas condiciones. Esta vez, trato de moverme
de nuevo al equilibrio, y para lograrlo me apoyo en un reportaje de PROCESO[3],
“El dormitorio más triste y solo de Ayotzinapa” [4]:
“Un
estudiante se mudó por unos días a su sección para acompañarlo y a veces lo
regañaba con un ‘no te agüites, cabrón, van a aparecer, piensa positivo’. Un
día de plano se pusieron a orar… Esa rutina de esperarlos en la puerta, de no
entrar hasta que lleguen todos; esa promesa del ‘si salimos todos volvemos
todos’ es lo que hace que Bernardo[5]
cada tanto reacomode las pertenencias de sus amigos, barra el piso y cultive la
esperanza del reencuentro hasta llegar la noche, cuando regresa al cuarto más
solo y triste de Ayotzinapa, y tiende su cobija roja, y duerme siempre en vela
para darles la bienvenida al momento que reaparezcan.”
Quien
diga que en las normales rurales donde se forman los maestros más pobres de
México viven entre lujos debería asomarse a este cuarto con el rotulo número 4;
sección G, como le dicen ellos. Encontrará que la puerta no sella, el aire se
mete siempre por el techo. Los muebles son tres cajas clavadas en las paredes a
manera de casillero: un huacal de madera, las otras dos de plástico, las
paredes están acicaladas de pintura blanca que la humedad carcome. No hay
adornos. No dio tiempo de colocar ninguno. Sólo queda un letrero a lápiz que
alguien dejó en el que se lee: 2 de Octubre. (Los normalistas desaparecidos
habían asistido a Iguala a botear para recabar dinero y poder asistir a la
marcha en el DF por la conmemoración de la Matanza de Tlatelolco…)
Rayuela: Dice Videgaray que
el drama de los normalistas puede afectar la inversión. ¡Hombre! ¿Y qué tal a
los padres, hermanos y amigos?[6]
No hay saludos esta quincena, hay un grito por exigir
¡JUSTICIA!
[5] Alumno de la normal
rural que no acudió a la movilización de boteo a Iguala por quedarse a limpiar
instrumentos como integrante del Club de Banda de Guerra.
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