Carolina
Alvarez Elizarraras
Esta no es la realidad real,
la realidad real está detrás del telón.
Pues en días de vacaciones
las ideas fluyen más libremente, aun cuando nuestro subdirector nos apresure
para el día de entrega de artículo, esta vez las ideas vienen acompañadas del
libro en turno. En colaboraciones anteriores les compartí una plática que tuve
la fortuna de tener con uno de mis autores mexicanos favoritos: Juan Miguel
Zunzunegui, todo un personaje de la literatura y de vida misma, en aquella
charla al entrar en el ámbito inevitable de la política, él me compartió lo que
a su parecer México necesita para avanzar como nación, discernimos en algunos
puntos como los partidos políticos y su estructura y liderazgo, no es muy
devoto de AMLO, pero me apremio por ser una morena sin radicalismos y con ansias de escuchar y
aprender, yo le agradecí que viera esa parte de equilibrio, y al recordar que
era yo psicóloga, me pidió que leyera su libro “Los mitos que nos dieron patria”,
que me percataría de dos tres cosas interesantes, por fin tuve la oportunidad
de tenerlo en mis manos y miren que me ha gustado mucho. No era para menos,
como saben algunos de mis lectores, cada quincena incluyo esa parte de
perspectiva psicopolitica en mis escritos, y encontrarme un libro en el que
México por fin se somete a un proceso de terapia, tendido en el diván del
psicoanálisis más clásico, pues ya se imaginaran las grandes coincidencias de
pensamiento.
La tesis principal del mismo
versa sobre la gran cantidad de mitos y mentiras sobre las que converge nuestra
historia, las grandes contradicciones que ejecutamos día a día, somos un país
traumado, que se resiste a entrar a terapia, buscando innumerables pretextos.
Parte de los mitos que el autor sustenta vienen con la versión oficial de la
historia, esa historia llena de héroes y villanos, con matices tan encontrados
que cuando de verdad analiza las cosas, sucede que no puedes quedarte con esa
sensación de conocer más allá, la otra realidad…
“La
visión oficial de la historia le ha causado a México una terrible patología
psicológica que yo he llamado El Síndrome de Masiosare: un gran complejo de
inferioridad, crisis de identidad, un terrible trauma de conquistado,
individualismo, apatía… todo sumado a una inmadurez crónica que provoca
ESQUEzofrenia; la tendencia al ‘es que’… al eterno pretexto que nos exculpe de
todas nuestras desgracias”. En nuestro nefasto juego de máscaras nos hundimos
en el pasado, con un ancla enorme y una más grande venda en los ojos. Un México
que vive del mito de sí mismo y donde tenemos que reafirmar nuestra identidad
de forma agresiva gritando: ¡Viva México ca…! [1]
Honestamente me gustaría
poder compartirles todos los textos que yo tengo como costumbre ir subrayando
cuando leo, pero me conformare con los datos más importantes y concretos. Y
esta, sé que generará ruido: “Tan
contradictorio es México, y tanto está acostumbrado a eso, que no le resulta
extraño que la revolución haya sido supuestamente por democracia, y que de ella
emanase un partido dictatorial que evitó la democracia todo el siglo XX, por
esta misma razón casi nadie nota lo ridículo del nombre que adoptó el partido
con el tiempo: Partido Revolucionario Institucional, la paradoja y la
contradicción tan propias de México están en el partido dictatorial: la
revolución significa cambio, lo institucional está quieto e inamovible, son
básicamente conceptos antagónicos, pero forman el nombre del partido”[2]
Interesante, ¿no cree usted?
Pero no podría darles el diagnóstico de estas sesiones de México con el
psicólogo, eso para que sea un estímulo y lo lean por ustedes mismos, y otro
tanto porque al final cada cual sacamos nuestra conclusión y la mía, pues
siempre va matizada de un poco de idealismo femenino. La verdad es que el libro
te hace pasar ese rato redescubriendo mitos, somos un pueblo lleno de ellos,
con un fervor guadalupano que surge en base a una antigua creencia que ni
siquiera es de nuestro país (y que lamentable y tristemente es utilizada para
mover masas a conveniencia), un pueblo inundado de creencias que nos llevan a
tener un evidente miedo al cambio y como resultado nos paraliza en conformismos
sociales, me quejo pero no me activo como persona para generar un cambio,
señalo y enjuicio pero nada hago para construir, veo lo diferente como algo
malo, culpo a los demás pero no tomo mi propia responsabilidad (sobre todo
cuando emitimos un voto), me conformo con lo que me dicen y pierdo mi esencia
autodidacta de investigar más, acepto los placebos de los partidos pero termino
sintiéndome culpable y comprometido por ello así que sin conciencia voto a
consigna, encargo a Dios las cosas que yo puedo solucionar… “Dios está muy distante, así que el mexicano
promedio encarga ese trabajo divino de cuidarnos a quien ve más cercano; en
este caso el Estado. Ahí está el mexicano paternalista esperando que su Dios
terrenal encarnado en presidente o mesías político siempre anhelado soluciones
los problemas”[3]
Nuestro querido México y sus
mitos, y esa terrible tendencia a repetirlos, ¡y agarrémonos!, porque se vienen
tiempos de repetición de patrones (unos ya se están generando) y veremos una
pasarela de ellos, que habrá que ser muy inteligentes emocionalmente para sacar
la casta y decidir equilibradamente. Mitos y mentiras… La única verdad es el
momento que vivimos, lo único que podemos cambiar es este presente, ni el
pasado nos debe marcar pero si podemos aprender de ello, ni el futuro preocupar pero sí sentar bases
que generen cambios verdaderos, la esperanza no debe estar en figuras
autócratas, la esperanza la creamos día a día, los mitos, esos también nos los
podemos sacudir nosotros mismos. La realidad, empieza a estar en nuestras
manos…